Yo, Juan, vi otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles:
—«No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios.» Oí también el número de los marcados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel.
Después de esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente: «¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!»
Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo: «Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén.»
Y uno de los ancianos me dijo: «Ésos que están vestidos con vestiduras blancas ¿Quiénes son y de dónde han venido?» Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás.»
Él me respondió. «Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero.»
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